La gesta de las gloriosas

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Un gran equipo de mujeres valientes, madres, abuelas y muchas de ellas empresarias, ponen cada día patas arriba su vida en los pueblos para preservar el mundo rural. Ésa es su batalla, su gesta, su grandeza

En el Robledo la gasolina la sirven ellas y en la cafetería de Chema cada mañana a la hora del desayuno, ellas son las reinas. Las mujeres que mueven el mundo con sus manos viven en los pueblos, trabajan, cuidan a los mayores y enfermos, crían a sus hijos, ríen, padecen y sueñan de sol a sol. Son fuertes, valientes, emprendedoras en un mundo hostil en el que han tenido que sacudir actitudes paternalistas y maneras de pensar y de vivir fuertemente arraigadas, para sentarse a la misma altura de sus maridos, padres y hermanos y hablarles de tú a tú. Un gran equipo de mujeres pone cada día patas arriba su mundo para seguir manteniéndolo en pie. Esa es su batalla, su grandeza, es la gesta de las gloriosas.

El Robledo es un pueblo entre montes, en la raña de Matagrande, de 1.111 habitantes, 522 mujeres y 589 hombres y esta es la vida de un grupo de heroínas para celebrar que el 15 de octubre, todas ellas, las mujeres rurales, ocupan gran parte de la actualidad internacional. «No es fácil ser mujer en el medio rural, primero de todo porque cada día tenemos que cambiar mentalidades y eso cuesta. Trabajamos, somos madres y muchas dueñas de nuestros propios negocios y no estamos esperando en casa a que nuestros maridos lleguen con el calzado de barro del campo para ponerles las zapatillas limpias». Jóvenes, madres, abuelas, hijas de la tierra, defienden su independencia y libertad y reclaman mayor atención y visibilidad. Reivindicar el papel de la mujer en el medio rural es hablar de sacrificio y de su necesaria contribución en la lucha contra la despoblación, porque sin mujeres no hay partos, no hay unión, no hay pasión, no hay niños, no hay futuro.

En este pequeño municipio a 50 kilómetros de la capital, bañado por el río Bullaque, no existe negocio, empresa o explotación en el que no haya detrás una fémina. Empoderadas como están hasta las cejas y con una fuerte personalidad, defienden su condición rural, unas por nacimiento y arraigo, otras por elección. «Es que no es sólo mujer rural la mujer agrícola o ganadera, somos todas las que hemos nacido, vivimos y mantenemos vivos los pueblos». Como Emilia, que es maestra en una escuela rural y es la mujer que mueve el mundo con la fuerza de la palabra o Vanesa, que levanta ladrillos para construir castillos de felicidad desde su puesto en una firma de construcción familiar.

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Un pueblo dirigido por ellas

Cuatro chiquillos parió y crío Rosa María Mendoza mientras se preparaba una oposición y montaba su propia empresa, Autoescuela El Robledo, la única del pueblo. Su vida se mueve a cuatro ruedas, a un acelerón del cine, los restaurantes y las tiendas de Ciudad Real. Renunció a su trabajo en un banco y a los atardeceres en el playa y «con un par de ovarios» se instaló para siempre en lo rural. Tiene 51 años, nació en el pueblo, pero con pocos meses emigró con sus padres a Mallorca. Eran los años 60 y en El Robledo no había trabajo. Barcelona, Valencia y Palma fueron los destinos de muchos robledanos. «Veníamos los veranos y en uno de esos viajes conocí a un mocito y la liamos, así que con 30 me vine para Ciudad Real». Cogió su coche, metió maletas de ropa y la olla express y empezó una nueva vida entre naturaleza, ganado y nuevas amigas con las que revoluciona las noches y los días.

«Si para la mujer en general las cosas están difíciles, en un pueblo más. Yo a mi marido lo adoro pero he tenido que cambiarle ese pensamiento de que la mujer tiene que estar en casa. Eso se sufre más aquí que en la ciudad. Es verdad que estamos evolucionando, pero de manera más lenta». Cada uno tiene su ocupación, ella la autoescuela en la que trabaja sola y él una carpintería metálica. «Si me preguntan como he sacado adelante el negocio y a los cuatro niños no lo puedo explicar, no sé como lo he hecho. Supongo que echándole valor porque eran pequeños cuando yo me metí en este tinglado». 21 años y 200 conductores nuevos fortalecen su anclaje al municipio que la vio nacer.

A dos kilómetros de la casa y negocio de Rosa, pasta el ganado de Lucica Holdovan, una mujer de 42 que pisa con firmeza la tierra de El Robledo desde hace 12 años, donde llegó un otoño para empezar de cero un invierno. Viajó de Rumanía a visitar a unos familiares sin saber decir hola y se quedó. Empezó en bares, pero hace tres años solicitó la ayuda para jóvenes agricultores a Europa y se la concedieron. Tras una inversión de 70.000 euros, tiene 70 cabezas de ganado para carne y tierras agrícolas de las que ella es la titular. Lucica llegó con su hijo de 6 años y dos sueños en su equipaje: vivir en el medio rural de donde procede y no depender de nadie. «Los comienzos son difíciles y en los pueblos más, porque para las mujeres hay menos trabajo. O eres emprendedora o te toca trabajar en cosas que no tienen que ver con tu formación. Yo empecé como autónoma regentando un bar pero con la crisis lo tuve que cerrar».

Es feliz, su hijo ya tiene 18 años y su pareja, al que conoció al llegar, la acompaña en su sueño. No puede pedir más, salvo tiempo para visitar a su padre y hermanos. «Desde hace tres años tienen que venir ellos a verme a mí porque los animales no cogen vacaciones, no los puedo dejar, pero no lo cambio por nada, no podría vivir en un piso en la ciudad. El trabajo en la ganadería no es limpio, es sacrificado, pero yo soy mi jefa, me pinto la raya del ojo y los labios y para el campo».

En la provincia y en la región sólo el 18% de las explotaciones ganaderas y agrícolas están en manos de mujeres. Lucica no entiende eso. «Muchas piensan que es mejor que sean sus maridos los dueños y ellas trabajar para ellos, entonces no figuran en ningún sitio. ¡Eso no puede ser, porque si se quedan solas qué!»

Para llegar de la explotación de Lucica a la gasolinera en la carretera de Alcoba hay que dar la vuelta al pueblo. Quien dispensa la gasolina en El Robledo es Nuria Villajos, una mujer de 43 años que regresó de Parla hace 10 para regentar junto a su marido el negocio de combustibles de su familia, donde su madre ya trabajó y rompió estereotipos. Fue de las pocas de su edad que acabó cobrando su pensión en el mundo rural. «Antes las mujeres no se pagaban la Seguridad Social, ese es el problema que hay en los pueblos, que hay muchas mujeres que trabajan como mulas, llevan la casa, los bancos, los papeles de la finca y no cotizan. Ese es la transformación necesaria».

Sus tres empleadas son jóvenes, del pueblo y todas mujeres. «¡Fíjate si defiendo la función de la mujer en el entorno rural! Eso sí, para un empresario es difícil apostar por el empleo femenino tal y como lo tienen montado los de arriba con sus leyes, pero para que progresen las pueblos las mujeres tienen que trabajar». De palabra y fuertes convicciones, Nuria defiende a capa y espada la vida en El Robledo. «Yo no quiero que esto muera, tengo dos hijos y quiero que vivan aquí, soy feliz y apuesto por ello, pese a que en un sector como el mío se escuchan muchas cosas por ser mujer, pero bueno poco a poco los vamos educando».

De la gasolinera a Laura la peluquera y a la empresa de embutidos de Reyes que con ocho hijos montó un imperio de morcillas y chorizos. Más adelante, en la charcutería del supermercado, trabaja Yolanda, una catalana que con 38 se divorció, puso rumbo al pueblo de sus padres y nunca más regresó. En la tienda de ultramarinos también hay al frente una mujer, Nazaret, que defiende que en el pueblo se vive bien. Y en la empresa de maquinaria agrícola, forestal y de jardinería se encuentra entre motosierras María Teresa Romero. «Nací en Madrid y viví allí hasta los 30 cuando me vine a El Robledo porque mis padres son de aquí y aquí me eché novio», el hombre con el que montó codo a codo hace 25 años su negocio. «No lo cambio por nada, yo soy mujer rural. Somos privilegiadas de vivir en un pueblo. Hay gente que se pregunta qué hacemos aquí, si nos aburrimos o si somos unos paletos ¡Ya quisieran vivir aquí!»

Salen, entran, quedan y dan clases de música, de pilates y de yoga con Luzma, la monitora. Acuden al consultorio médico donde pasa revista Isabel Maestre, una médico de familia de Picón, «soy rural por todos los costados y por lo rural trabajo». Del doctor a la escuela de Emilia, natural de Fontanajero, que además de ser maestra cuida a su padre dependiente. Y de camino a las Arenillas, donde todas celebrarán que son un gran equipo, parada en la papelería, el negocio de Visitación Sánchez de Dios. «Soy de El Torno y empecé con esto hace 30 años, yo conseguí con una carta que le envíe a José Bono que trajera la prensa diaria al pueblo y gracias a eso mis vecinos tienen periódicos, porque aunque es muy esclavo, ya que no puedo cerrar ningún día, defendí que el medio rural tiene derecho a estar informado».

Y de la heroína de la prensa a la vivienda tutelada, en la que María Ángeles Sánchez trabaja. Cocina para las personas mayores y además corta del jardín cada día tres flores que coloca en un jarrón para alegrar el día a una de las usuarias. Ya en la plaza, Delia Carrasco, una joven madre y educadora de 42 años que volvió con 25 al pueblo de sus padres, cuenta que la soledad es cosa de la ciudad. «Aquí he encontrado mi vocación, en la ayuda a domicilio, y nunca me he sentido tan acompañada. En una ciudad hay más gente pero estás sola».

En las Arenillas del Bullaque viendo el agua pasar están todas, el equipo de las gloriosas, después de librar la batalla diaria y antes de brindar por sus sueños y hazañas. Por lograr que el Robledo se mantenga, por sacudirse cada día, gracias al camino que emprendieron sus madres y abuelas, los miedos y los prejuicios de un mundo en el que siempre reinarán.

Reportaje gráfico de Pablo Lorente www.pablolorente.com