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Un pulso a la calle

  • sin techo, jose antonio gonzalez sanchez, sin hogar, crisis
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Probablemente el primer tabique de la vida de Juan Antonio González Sánchez se quebró cuando con 8 años se hizo su primer bocadillo untado en Marie Brizard, o cuando con 10 cambió los videojuegos por los botellines de cerveza. Posiblemente cayeron más ladrillos cuando a su primer trabajo en la obra faltaba días y semanas enteras, por dejarse por las noches el alma en cualquier descampado con malas compañías de culo ancho y cuello estrecho. Quizás las paredes de su hogar eran demasiado frágiles por la «incomprensión» de un padre «muy dictador» con el mayor de sus cinco hijos, que presentaba problemas para relacionarse y al que ya ponía a hacer trabajos con la chatarra a los 7 años. «¡Vete tú a saber!»

El caso es que el castillo terminó derrumbándose en abril de 2005. Con 38 años, sin pareja ni hijos, salió de Igualada (Barcelona), el lugar donde nació y pasó una infancia «muy jodida». Sin decir nada a nadie para no volver nunca jamás, sin despedirse de una familia a la que no ha vuelto ni quiere volver a ver.

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El alcohol entró muy pronto en la vida de Toño para quedarse demasiado tiempo y convertirse en un pésimo compañero de viaje por las ciudades de media España. Ahora tiene 51 años y ha vivido siempre al raso con las estrellas por techo. «No me gusta la palabra indigente. Es despectiva», dice. Se siente más cómodo con sintecho o transeúnte, porque al final es lo que ha hecho toda su vida, transitar de un sitio para otro con una mochila, un cartón de vino, un saco de dormir y, a veces, una tienda de campaña. «En cajeros no he dormido nunca, ni en bancos, la ciudad es peligrosa y te crea problemas. Yo siempre me iba a las afueras, al campo, debajo de los pinos», cuenta mientras remueve con una cucharilla un café americano en un bar de Ciudad Real. Le tiemblan las manos. «La procesión va por dentro, me cuesta abrirme a la gente».

Hoy es el Día Mundial de las Personas Sin Hogar y hoy Toño tiene mucho miedo al futuro, que cuenta en meses. «Es incierto y de momento el mío está garantizado hasta mayo de 2019, ese mes se me acaba la última RAI (Renta Activa de Inserción) de 420 euros. En ese momento si no he encontrado un trabajo con el que mantenerme no sé qué ocurrirá. No quiero volver a la calle, pero no tengo nada. Hay gente que ha recuperado a su familia, pero yo no tengo ni eso. Siento que es mi última oportunidad».

Vive en un piso tutelado de Cáritas desde hace un año y unos meses junto a otros dos sintecho. Todos están en la última fase del Programa de Personas Sin Hogar de Cáritas, para empezar una vida autónoma mediante la búsqueda de empleo y de vivienda. Como él, Cáritas ha atendido este año a cerca de 1.700 personas ‘de cartón’, el 92% hombres, y sus 1.700 motivos para acabar en la calle.

En 2015 regresó a Ciudad Real, donde ya estuvo en 2006 en la Casa de Abraham de Daimiel, uno de los cuatro centros que acogen a pesonas que viven sobre cartones. «Volví porque quería salir de la calle, nadie está en ella por gusto, y aquí me habían ayudado mucho hace años; he dejado de beber y tengo fuerzas para seguir adelante gracias a mi psicóloga que me ha hecho abrirme, sacar lo que tengo dentro y me ahogaba y mirar con optimismo al futuro. Pero sé que si tengo que volver a la calle volveré a beber y caeré al pozo del que no se si podré volver a salir», dice de carrerilla.

Un periplo infernal

Mira al pasado de vez en cuando, pero sólo como herramienta para que no se repita. Su padre extremeño y su madre manchega emigraron a Barcelona a finales de los 50 y allí nació Juan Antonio. Empezó a trabajar en la construcción cuando acabó la mili y lo que ganaba literalmente se lo bebía. Con el ánimo nublado acudía a dormir a una huerta a las afueras de Igualada, para no enfrentarse a sus padres. «Había días que iba borracho a trabajar y aún así mi jefe, que era muy buen hombre, me mantenía, porque a pesar de todo soy muy bueno trabajando, pero me he pasado mucho».

De allí a la vendimia a Logroño y luego a Cuenca, donde pidió por primera vez ayuda. Y los 150 kilómetros que separan Cuenca de Teruel se los hizo a pie en tres días y medio, porque caminar le ha salvado de sus propios fantasmas. «Nadie se lo cree pero yo me iba andando de una capital a otra. Andar me ha salvado la vida, hay gente que se queda en el mimo sitio, no se mueve. Yo he caminado mucho, me ayudaba a pensar». Y caminando por una vida de perros llegó a Jaén a trabajar en la aceituna y luego a Burgos y después de nuevo a Ciudad Real, donde ha parado para empezar una nueva vida por el tejado.

De hecho, sigue andando, es lo primero que hace al levantarse cada mañana pero sin salir de Ciudad Real. Se pone generalmente música electrónica porque le hace andar a buen ritmo, aunque también escucha a U2 y bandas sonoras, una de sus preferidas es la de Braveheart. Después, a enviar currículums o a llevarlos en mano a algún pueblo. «En dos años he hecho dos entrevistas y con mi edad veo complicada la inserción laboral. Hay empresarios, yo lo entiendo, que tienen miedo a que no cumplamos. Pero necesitamos una oportunidad, no todos somos iguales y sin trabajo no podemos salir de la calle», argumenta.

Recomponer pedazos

Recomponer una vida no es fácil, todo lo contrario. La calle le ha traído a Toño problemas de salud, algunos crónicos, y le ha acentuado una manera de ser, de encerrarse en sí mismo, que ya acarrea de la niñez. Durante años ha pedido limosna por el día y llegaba a sentir odio por la gente, por su indiferencia, porque creía que todo el mundo le juzgaba. Y después caía la noche como una losa, el no saber dónde dormir, comer mal. «Una vida de perros».

La calle te da una libertad que no es tal, al final se acaba en una soledad que si es como la mía, es mala». Y es que Toño reconoce que siempre se ha alejado de la gente, no hablaba con nadie, se aislaba. «Esto que estoy haciendo ahora, una entrevista y un café contigo, impensable hace nada de tiempo».

Al raso ha conocido a médicos, ingenieros y empresarios que tenían un imperio, pero sobre todo a mucha gente joven «hundida por el alcohol». «Es una droga mala, tú no la controlas y veo demasiados jóvenes bebiendo en la calle. Tienen que tener mucho cuidado. Nadie está exento de acabar durmiendo a la intemperie, nadie».

Toño ahora sólo quiere una oportunidad, un trabajo para vivir «como una persona normal», con el que poder pagarse un alquiler y dormir bajo un techo de estrellas sólo los fines de semana, cuando suele salir a hacer lo que más le gusta: senderismo por el monte y dormir al raso por placer, mientras escucha una de sus canciones favoritas. Esa de Antonio Orozco que dice «jamás lo vi mirar al miedo con tanto coraje, jamás. Ganar una partida tan salvaje».

Publicado en La Tribuna el 28 de noviembre de 2017

Reportaje gráfico de Pablo Lorente (www.pablolorente.com)