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El último pescador del Guadiana

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A Francisco Blasco le duele el Guadiana, se le nota en el espejo del alma. Sus ojos caídos y arrugados se empañan y su voz se entrecorta cuando tiene que explicar lo que significa el río para él. Guadiana son noches enteras, luz de luna en las manos y frío en la piel. Es el aleteo de la vida enredada en su trasmallo, alimento del hambre de la Guerra, el más cruel. Es oficio, es penar, orgullo, sabiduría y niñez. Es como un amor salvaje, una amante que desaparece, que llora y que vuelve. Es su vida, por eso le duele tanto su sed.

Reportaje gráfico de Pablo Lorente (www.pablolorente.com)

Francisco es uno de los últimos pescadores del Guadiana y su historia está ligada al transcurrir de uno de los ríos más importantes de la península. Nació en 1933 en Puebla de Don Rodrigo y al río baja todavía a pescar, aunque menos de lo que quisiera. Con la lentitud y la dificultad para andar que le imponen sus 84 años arrastra el trasmallo por la tierra seca de una vega que hace unas décadas lucía saucedas y una vegetación esplendorosa. «Ahora es la época buena para pescar, con los fríos y las heladas ¡Pues no me he caído veces al agua de madrugada moviendo las redes!» Tiene clavada en la sien la humedad que ha calado sus huesos durante décadas de pesca.

Con lo que sacaba del río ha criado a sus tres hijos, sin dejar de lado la ganadería «porque en esta vida hay que hacer de todo para sobrevivir». Pero es el Guadiana, que abre y cierra sus ojos, que aparece y se esconde, el que le dio un oficio y un futuro. «Del río no sólo ha vivido mi familia, ha dado de comer a todo el pueblo cuando en los años duros de la Guerra Civil y la postguerra mucha gente no tenía ‘na’ que llevarse a la boca».

Francisco rememora cómo sus vecinos de Puebla acudían al cauce a coger los peces vivos de los brazos del río que se escapaban cuando iba crecido. Pero Guadiana hace ya mucho que no abraza la tierra por la que pasa. Su situación es crítica y su estado agónico se ha visto acrecentado desde el verano de 2016 por un prolongado periodo de sequía que le ha obligado a cerrar los ojos. Un río que para Francisco lo es todo. «Es mi vida».

Kiko ‘El pescador’, como así lo conocen en Puebla de Don Rodrigo, hijo de Alejandro Blasco y nieto de Gregorio Nicolás, empezó a pescar allá por 1942 con apenas 9 años. «Iba con mi abuelo materno, que cantaba mientras pescaba, y otros días con mis tíos. Mi padre ha pescado mucho también pero no era el más adecuado. Bajábamos al Puente del Arco, al lado de la fábrica de harinas y en una casilla pasábamos las noches. Con mucho frío y miedo me levantaba a mover el trasmallo, no se me olvida». «Ahora en el Guadiana apenas pescan algunos cañistas que se pensaban que se iban a hacer ricos con la caña ¡De toda la vida hemos pescado con trasmallo y lo prohibieron!» Un arte de enmalle con varios paños de red en el que el abuelo de Francisco lo educó.

Desde el Estrecho de las Hoces hasta Daimiel, Kiko ‘El pescador’ se ha recorrido con su barca el río que Cervantes ya puso a llorar en El Quijote, en el que no haya barco ni barca capaz de cruzarlo. Conoce sus corrientes y arroyos, cada tramo y cada valle, desde el Puente de las Ovejas al Arroyo de Doña Juana.

Era uno de los muchos pescadores que vivían del río cuando se daban jornadas de 200 kilos de barbos, bogas y carpas. «Entonces no había lucios, los trajeron desde Francia en los años 60. Ahora ya no hay casi ‘na’ que pescar».

Con el oficio familiar bien aprendido, empezó a llevar la mercancía fresca a los pueblos en carros tirados por mulas, para vender los barbos puerta a puerta por las calles de Piedrabuena, Luciana o Saceruela. «Ocho horas nos tirábamos con las bestias hasta llegar a Almadén, a 60 kilómetros, era donde más lejos íbamos. Pescábamos y nos poníamos en camino, entonces no había mercados de abastos y las mujeres salían a la calle a comprar lo que llevábamos».

Entre viajes de tierra y polvo y noches de escarcha en las manos, conoció a Dioni, su mujer. «Yo estaba haciendo la labor y ella vivía en el campo y un día llegó y me dijo que sus padres me invitaban a migas por la mañana y fui y empezamos a hablar. Era muy jovencilla». El Guadiana y Dioni, tres hijos y siete nietos. Los amores de Francisco y una vida ligada a un cauce que alarga su misterio más de 850 kilómetros hasta Ayamonte (Huelva).

Siempre que puede gasta el día en el Guadiana, pesca en la Tabla de la Murciana «que está irreconocible» y fleta su barca para enseñar el Estrecho de las Hoces a quien se lo pida, unas paredes de piedra de casi cien metros que flanquean las orillas del río. «Yo he llevado a Manuel Marín por las hoces, y se quedó tan encantado que me dijo que tenía que volver con sus hijas, pero lo mandaron para Bruselas y no volvió, y el pobre se ha muerto hace poco. No conocería el río de lo mal que está».

El tiempo que no pasa con Guadiana lo pasa de mal humor y es que prefiere estar pescando que en el pueblo. «Cuando no bajo al río estoy al revés». Ninguno de sus tres hijos ha salido aficionado a la pesca, cosa que no le preocupa, ya que comparte afición con amigos del pueblo. Lo que ahora ocupa el pensamiento de Kiko es el maltrecho cauce ecológico del Guadiana, que no se desembalse agua de la Torre de Abraham y ver agonizar a un río tan suyo, tan de esta tierra. «Está hecho una pena, en 84 años que tengo no lo había visto tan mal como ahora».

Mira al cielo cada día para que devuelva al río la sabia que le permita seguir corriendo por su cauce, mientras en los despachos se pelean por la planificación hidráulica, el abastecimiento y la concienciación de los usuarios y regantes de las aguas subterráneas en una tierra en la que el bien más preciado es escaso y su aprovechamiento pura aritmética.

El Guadiana le duele al último pescador, que llora cuando el río de su vida enmudece y desaparece.

 

Publicado en La Tribuna el 14 de enero de 2018