Los eslabones de la Pasión Calatrava tienen piel de terciopelo, se la juegan a caras, visten armaduras de chapa y ‘se venden’ por 30 monedas de plata
Calzada tiene un casino de luz tenue, paredes crema y portones de cristalera; techos altos y grandes lámparas de globo colganderas, suelo marrón y barra de baldosines y madera. Tiene mesas de abuelos, chascarrillos con carajillos y mucha historia y juego, y en un rincón del primer salón con vistas a la calle Real el casino de Calzada tiene cada Viernes Santo, como parte del mobiliario, a Tere Mejía sentada en una silla. Es una señora rubia, resuelta y campechana, con muleta y un puñado de billetes a sus pies. Tiene 82 años, pero fue con 15 cuando se sentó allí la primera vez para jugarse los cuartos cuando se contaban con los dedos de una mano las mujeres del pueblo que participaban en el juego de las caras. «No me pierdo ni un año, soy de las pioneras y la primera en llegar. Soy jugadora como tal».
Las caras «son un vicio fatal» y de fatal «maravilloso» que sucede desde hace siglos cada Viernes Santo en la vida de los calzadeños, entre las 12.00 y las 18.00 horas, justo al acabar la procesión del Nazareno y antes del Santo Entierro. Es la tradición pagana por excelencia de la Ruta de la Pasión Calatrava, declarada de Interés Turístico Nacional por cosas como las que pasan en Calzada. Los eslabones de la cadena que mueve su engranaje son hombres y mujeres de armas, con casco de chapa, piel de terciopelo y monedas de Alfonso XII para su lanzamiento.
Los barateros
En el juego de las caras cada uno tiene su papel. La banca es la que casa y lanza las caras, los jugadores los que apuestan y los barateros los que arbitran para que la tirada y el reparto se haga bien. Dos monedas de cobre con las cruces juntas y las dos caras a la vista se lanzan por encima de las cabezas de los jugadores, que miran al cielo en un gesto colectivo, para rebotar después en el suelo. Caras para la banca, cruces para los jugadores, cara y cruz al cielo de nuevo. La cantidad más grande que José Antonio Romero ha visto casada en una sola tirada ha sido un millón de las antiguas pesetas. Tiene 66 años y empezó de baratero con 27, aunque jugando a las caras como «el 99,9% de los calzadeños» lleva desde crío, cuando hacían corros clandestinos de chiquillería a las afueras del pueblo.
Cada Viernes Santo se forman 19 corros en las calles, la plaza y el casino, donde José lleva ya 12 años de baratero. «Me hice baratero porque estaba cansado de perder dinero y cuando me casé dije pues ahora sólo voy a ganar, porque los barateros nos llevamos las propinas de la banca si salen caras», cuenta este pensionista. El mismo que un año guardó 800 euros en un sobre entre cartones para las caras y los ratones le dejaron sólo la mitad de un billete roído de 500. Se ha dedicado toda su vida al mármol y la piedra artificial, primero como empleado para una empresa local y luego por su cuenta y siente las caras «muy dentro», como le ocurre a Anastasio, también paisano del pueblo.
La primera vez que Anastasio Ciudad se convirtió en árbitro de un corro fue en 1994. Tiene 58 años y es fotógrafo de profesión y para él, un buen baratero tiene que tener «mucho aguante, personalidad y ser honesto». «Somos jueces, decidimos si una tirada es válida o no y controlamos que todo se desarrolle como se debe». Sostiene que nunca ha habido problemas pese al dinero que hay en juego, «todo el mundo tiene asumido el funcionamiento».
Las jugadoras
A Tere Mejía, o Tere ‘Regala’ como la conocen en Calzada, no la engaña nadie. Soltera, sin hijos, empresaria, dueña primero de la Pensión Nueva Regala, después de una boutique y entre tanto constructora y «más que aficionada a las caras». «Tú imagínate si me gustan que mi padre falleció unos cinco días antes del Viernes Santo y para que en el pueblo no se me criticara por no guardar el luto, me cogí mi cochecillo, luego tuve un ‘cochezaco’, y me fui a Almagro a jugar a las caras», ríe a carcajadas. Llega al corro antes del mediodía y no se mueve hasta que la Policía acude a las seis de la tarde para disolver el juego de los rezagados. «No he fallado nunca, eso sí como buena calzadeña para mí esto es un vicio solamente de Viernes Santo», asienten todos alrededor de una mesa del casino, los barateros y ellas.
Marisol Fernández, ‘la de Alicate’, es otra calzadeña de 70 años que se inició en la tradición con 18. No empezó antes porque sus padres no le daban dinero y hasta que no se casó y manejó, no pude ir al casino como jugadora. «Ya entonces la Tere llevaba años en los corros, hasta que ella no está no empieza el juego». A su marido no le gusta, pero no falla de pie a su lado. «¡Anda pues no me dice: Marisol tenías que haber puesto más dinero y cosas así, pero a él no le va lo de jugar».
Desde sus sillas en primera fila del corro, Marisol y Tere recogen el dinero de los 80 ó 100 que tienen detrás. «Nos dan los billetes, los ponemos a los pies, nos los casan y si salen cruces yo levanto la mano con el fajo y cada uno de detrás coge lo suyo y nunca hay líos, cada uno sabe lo que tiene que agarrar».
Se dice y se cuenta en la comarca que en Calzada ha habido gente que se ha jugado hasta las escrituras de las fincas y las casas, pero eso, aseguran los cuatro, son «habladurías». Sí reconocen, barateros y jugadoras, que hay quien no ha sabido parar y ha perdido mucho, probablemente hasta llegar a hipotecarse.
Marisol y Tere se llevan bien con los barateros siempre que salgan cruces, porque si se lanzan muchas caras seguidas les dan «unas cuantas voces». Ellas los miran riendo y José y Anastasio vuelven a asentir con resignación. Antiguamente no se veían casi mujeres jugar pero hoy es lo habitual y mientras los hombres hacen apuestas «maravillosas», ellas son más conservadoras pero igual de devotas al juego de las caras, orgullo de los calzadeños y «famoso en el mundo entero».
Judas y el capitán
Llueve, no hay ni un alma en la plaza Mayor de Aldea del Rey. Por una esquina aparecen dos hombres arreglados, no hacen arruga y andan rápido con las manos en los bolsillos de los pantalones, son Judas y el capitán de los soldados romanos, Pablo y Pablo. «Buenas tardes, yo soy Judas Iscariote y este el que más manda en los armaos».
En Aldea cada Jueves Santo los romanos prenden a mediodía a Jesucristo en el Monte de los Olivos, después de que Judas lo haya vendido por 30 monedas de plata. El Vendimiento y el Prendimiento, una tradición ‘con más años que Jesucristo’, atraen cada año a centenares de personas.
Pablo Naranjo es desde hace 17 años Judas, primero fue su abuelo Cándido, y después su primo, y justo antes que él otro señor de Aldea que hizo el papel durante décadas. A Pablo, de 61 años, se lo pidieron por ser ‘familia’ de los Iscariote de antaño, «un honor» que lleva a mucha gala. «La cuestión es que me lo avisaron ‘a na’ de empezar la Semana Santa y en semana y media me tuve que aprender el diálogo, pero lo hice bien», explica este hombre enjuto con voz de actor de doblaje.
Tiene que hablar bastante por el micrófono y delante de mucha gente, que es lo que más nervioso le pone. «Cuando suena el cornetín se te ponen los pelillos de punta y el murmullo que le ha ido acompañando hasta la plazoleta de la Constitución se torna silencio sepulcral. Es entonces cuando el pulso se acelera. «Yo he sido de todo, no he hecho ascos a ningún trabajo pero no he sido buen estudiante y aún así me aprendí bin el papel».
La casa de Pablo es reconocible en el pueblo. En su fachada cuelga un baldosín con una ilustración hecha por su hijo, en la que aparece con la túnica morada de Judas y con una perilla que se dejó hasta el pecho para meterse en el papel del más malvado de la Semana Santa. A menos de diez metros de allí tiene su casa el capitán de lo armaos, un cargo que ostenta Pablo Molina desde hace 15 años y de manera vitalicia. Es el segundo en discordia, el otro gran protagonista de la procesión más famosa de la Semana de la Pasión de Aldea, el que promete al discípulo díscolo el dinero de la traición.
«Es una responsabilidad grande pero lo llevamos con mucho orgullo, desde que empiezan los ensayos hasta el mismo día de la procesión». Pablo tiene 45 años, es agricultor y padre de dos niñas pequeñas. «En casa lo vivimos toda la familia, porque además yo necesito mucha ayuda esos días y en el pueblo es un acontecimiento, una tradición que no ha decaído pese al paso del tiempo».
Armás en una legión de hombres
El tiempo es lo que parece que se ha detenido en la sede de la Compañía Romana de Almagro, entre chapas, banderines, botas y mangas. Allí esperan pacientes Dulce Roldán y Pilar Mestanza. Son dos de las diez mujeres que hay entre los190 armaos con los que cuenta la compañía actualmente. Dulce que ahora tiene 39, hija y nieta de armaos, fue una de las dos primeras mujeres que con 18 años entró a formar parte de la compañía, ya que anteriormente no se les permitía. Pilar, con otras dos jóvenes del pueblo, fue la primera en entrar a tocar a la banda en 1992. Y Juntas son las dos primeras féminas en formar parte de una directiva, como vicepresidenta Pilar y Dulce como vocal.
Los armaos son unos pintorescos individuos de armadura de chapa artesanal que tienen su origen en las secciones militares de las cofradías de los siglos XVI y XVII y uno de los principales ejes de la Ruta de la Pasión Calatrava. Una de las más antiguas es la Compañía Romana de Almagro, con unos férreos estatutos. Tanto es así que «por la guarda y custodia de las armaduras» no pueden vertirse ni colocarse nada del traje antes de Semana Santa. Una suerte de devoción inentendible para el profano, que comienza meses antes con los ensayos.
«Yo he sido siempre armao e iba con mi abuelo y con 18 años le dije a mi padre que quería ser de la compañía, hizo una carta y la presentó a la junta directiva para que me admitiesen». Una cosa es vestirse de armao con armadura prestada y otra ser parte de la compañía, a la que sólo se puede acceder con traje propio. Las chapas que ella viste son las más antiguas de las filas, pertenecieron a su abuelo que ya las compró de segunda mano a ‘Chochito’, un hombre grandón del pueblo.
Pilar tiene 41 años, es hija del actual comandante y hermana del abanderado, y no concibe una Semana Santa «sin chapas ni armaos en casa».
A cuatro kilómetros, en Bolaños de Calatrava, las mujeres entraron por primera vez a la Cofradía Romana a mediados de los 80 y tenían que vestir de forma diferente a los hombres, con un peto de escai y capa, hasta 1993 que se unificaron los trajes. «Era una hermandad de hombres y además muy machista, por eso les costó tanto entrar, pero nosotros sin ellas en la hermandad no somos nadie», cuenta Jesús Escobar, presidente de la Cofradía del Santo Sepulcro y su Compañía Romana. De su mano entró la primera mujer a la directiva hace nada, en 2010, como vicepresidenta.
En el pabellón Macarena Aguilar, están ya armadas Mari Carmen, Prado y Pilar, con armadura, casco, faldilla, cinturón, botas y calzones blancos. Tienen 45, 38 y 46 años, respectivamente, y la que no es madre o mujer, es hija, hermana, nieta o sobrina de armao.
A la familia de Mari Carmen Sánchez se les conoce como los de Felix ‘Corneta’ por su padre. Ella con 11 años pidió por primera vez seguir la tradición. «Le dije a mi padre, papá quiero ser armao y me apuntó a la hermandad, con la fatalidad de que no me llegó a ver porque fue el año que falleció».
El abuelo de Pilar Menchero fue también romano y el marido de Prado y cuando se casó con él «tampoco ella lo pudo resistir». «Para explicar lo que es esto hay que vivirlo, aquí en Bolaños o en cualquiera de los pueblos. Es un sentimiento».
Ninguna de las cinco ‘armás’ se ha sentido nunca bicho raro, «todo lo contrario». Y es que en el Campo de Calatrava hay familias con niñas que no quieren ser artistas.
Reportaje gráfico: Pablo Lorente www.pablolorente.com
Publicado en La Tribuna el 23 de marzo de 2018
