///

El dolor de estar ceñidos a un gran peso

Pedro Cervantes tiene 28, padece obesidad mórbida y en unos meses será sometido a una cirugía bariátrica para aligerar los 170 kilos que ponen en riesgo su salud y limitan su vida personal y su futuro laboral. Carmen Sánchez, de 55 años, ha perdido 12 de 94 kilos desde el 1 de marzo, cuando le realizaron en el HGUCR un bypass gástrico. Toma 12 pastillas al día y depende para casi todo de sus hijos, por el sobrepeso y la artritis.

Carmen se ha dado de bruces muchas veces con sus propias dimensiones, pero el día que más le pesaron sus 94 kilos sobre su 1,48 metros de estatura fue en la graduación de su hijo pequeño. Tuvo que subir unas escaleras cuando no podía, tuvieron que colocarla en un sitio accesible como se coloca el carrito de un bebé vacío y tuvo que sonreír mientras lloraba por dentro de dolores. Debería haber disfrutado del día más importante en la vida de su Víctor, pero no lo hizo.

Pedro también tenía que haber podido ir al cine, no más ni menos, ir simplemente, pero la primera vez que lo hizo después de muchos años fue hace unas semanas para ver la última película de Paco León tras haber perdido 20 de los 190 kilos que pesaba. Lo suficiente para volver a caber en la butaca.

Existen las fobias a las escaleras y a las sillas con reposabrazos, tanto como a tener que recurrir a unas tijeras de barbacoa para recoger calcetines que caen de la lavadora al suelo. Existe el temor a las fiestas del pueblo y a conciertos donde campan a sus anchas los comentarios y miradas indiscretas que van rallando la autoestima. Existe el miedo a depender en el día a día de todos y de la morfina y existe el pavor a no enamorar a otra persona por aquello que no sea sólo un físico, por ejemplo por una sensibilidad especial por la fotografía y la pintura, por lo bello.

Carmen Sánchez y Pedro Cervantes no son bichos raros por aglutinar en sus mentes tantos recelos, padecen obesidad mórbida y en su caso todo lo que les duele y condiciona su vida es cuestión de peso. Ella tiene 55 años y se sometió el 1 de marzo en el HGUCR a unn bypass gástrico, gracias al que ya ha perdido 12 kilos que le han hecho de un plumazo rejuvenecer más de 10 años y aligerar los dolores. Él tiene 28 años y está con las pruebas para ser intervenido probablemente antes de que acabe el año. Ella ya percibe en la operación su tabla de salvación y él no quiere ni pensar que su último recurso después de media vida a dieta vaya a fracasar.

Asumir y dar el paso

Asumir que lo que te pasa es un problema real cuesta, tanto como seguir soportando un peso de 190 kilos siendo tan joven. En enero de 2017 Pedro Cervantes dijo «hasta aquí». Había probado todo por sí mismo: batidos, pastillas y dietas milagrosas y engañosas. Cuando tenía 5 años su padre se marchó de casa para no volver y Mari Carmen, su madre, de estar siempre con ellos tuvo que pasar todas las horas del día trabajando en el campo, en bares y cuidando a personas mayores para criar a Pedro y a su hermano de 10 meses, que se quedaban bajo la protección de su abuela. «La separación me afectó mucho y me refugié en la comida y en aficiones muy sedentarias como la pintura, y empecé muy pronto a engordar. Toda mi vida he tenido sobrepeso y he estado a dieta, pero así no se puede vivir».

Los 190 kilos que reflejaba la báscula colmaron el vaso, se armó de valor y acudió a su médico de cabecera a pedir ayuda. Le habló de una operación y lo derivó al nutricionista, que no daba crédito al peso cuando se lo dijo, pero no le puso a dieta. Le dio unos libros y cuando volvió otra vez a consulta ya había perdido algo de peso. «Fue motivación y los médicos quieren ver que realmente nos esforzamos por perder kilos, tenemos que poner de nuestra parte. De ahí al cirujano seis meses después, que me explicó todos los protocolos».

Vive con su madre y su hermano en una casa estrecha y de tres alturas en Fuente el Fresno, desde donde viaja en autobús a diario para estudiar en Ciudad Real. Pedro es una persona de verbo fluido, voz suave, gran sensibilidad y mirada transparente. Estudió fotografía y ahora hace lo propio con el diseño gráfico. En su habitación blanca cuelgan sus cuadros de arte Naif de mil colores y hay algún que otro libro ya con sus ilustraciones. Pero no encuentra trabajo, no tanto por su físico, sino por la movilidad reducida que le imponen sus 170 kilos. «Me fatigo y no puedo ir rápido y eso es un condicionante a la hora de trabajar, yo lo sé. Tengo una cantidad exagerada de kilos ¡Quién me va a contratar a mí y a mis circunstancias!» y señala sonriendo sus caderas y piernas, donde se le acumulan las grasas.

Sus articulaciones se resienten pero a Pedro le duele mucho más lo que los kilos le provocan en su mente. «Es poderosa y ahí radica todo, nos ponemos más barreras de las que ya tenemos y el miedo es limitante, hasta dañarnos la autoestima que afecta en las relaciones sentimentales, por ejemplo; y si te sientes feliz comes y si te sientes mal comes y cuando te das cuenta todo gira en torno a la comida, es una adicción».

El problema de Pedro es que delante de los manjares de una cena o almuerzo no encuentra el fin. No obstante, siempre ha llevado una vida normal dentro de sus limitaciones, de hecho hace todo lo posible para estar activo estudiando, en política local y con su círculo de amigos, pero reconoce que no le gusta salir de marcha, ni acudir a eventos donde haya mucha gente como fiestas o conciertos, porque las miradas le duelen también más que las rodillas y los pies.

«El cirujano me dijo que cualquier intervención de urgencia en mi caso es correr riesgos, por eso es mejor operarme para evitarlos». Tiene esperanza en la intervención a la que se someterá en unos meses y reconoce que lo que más le está costando es aprender a comer bien, sano. «Es una cuestión más de eso que de dietas porque tras la operación el objetivo con el tiempo es llevar una vida normal». Hay días que la incertidumbre visita su mente, por eso quiere que el tiempo corra y llegue la fecha cuanto antes, lo más difícil ya fue asumir el problema.

Valerse por sí misma

obesidad, obesidad morbida, reportaje

Carmen no quiere ser una Claudia Schiffer. «No lo he sido nunca, no voy a serlo ahora». Sólo pide poder manejarse como antes, vestirse sola y calzarse y no depender con su edad para prácticamente todo de su marido y de sus tres hijos, de 21, 26 y 31 años, que viven en casa y que son sus manos y sus pies. Hace seis años empezó a generar una artrosis degenerativa que le fue reduciendo la movilidad, a la que se sumaban 94 kilos de peso. «Siempre he gastado una talla 38 ó 40 y andaba entre los 58 y los 62 kilos, pero a los 48 con la menopausia empecé a engordar» y con los kilos llegó una profunda depresión al mirarse al espejo y no reconocer su cuerpo. «Les decía a ellos: un día me vais a encontrar que me he tirado por el balcón ¡Es que no tengo 80 años para estar así!»

La artrosis y el peso le impidieron hace dos años seguir trabajando, cuando tuvo que agarrar una muleta y dejar la labor en una fábrica de berenjenas de Bolaños de Calatrava, su pueblo. Ha trabajado de todo y desde muy joven, en el campo y vendiendo seguros. «Yo no he sido de estar en casa y ahora ni salgo, subir al coche es un mundo o recoger algo del suelo».

Su casa de dos plantas tiene esa atmósfera de retratos familiares y calendarios en la pared, relojes de cuco sin pila; sofás de escay, mesas con faldas y escaleras de mármol y madera y hay días a la semana que eso la mata, porque subir esos 14 escalones le cuesta más que la vida, el alma.

Se mueve despacio ayudada por su muleta azul y cuando sube ya no baja. Arriba está la cocina, su habitación y el salón y allí hace su vida entre llamadas a Víctor, Manuel o Estela, para que le traigan, le lleven o le hagan. Entre los tres, uno geógrafo y dos historiadores, y su padre se reparten las tareas. «Es como una persona dependiente y claro de no poder moverse, de la morfina y de los dolores se le ha agriado el carácter», reconoce el pequeño de sus hijos, que sueña con que su madre pueda vivir la edad que le corresponde.

Tras la intervención para instalarse un bypass gástrico por su obesidad mórbida, su vida ha empezado a cambiar. Ya se mueve más ligera sin esos 12 kilos y el espejo que hay bajo su escalera empieza a devolverle una imagen más real y acorde con su edad hasta que llegue más que a su peso ideal al que le permita llevar una vida sin tanto dolor.

Come sola, ella primero y luego el resto de la familia, para no tener tentaciones. Come bien, masticando despacio una dieta establecida, las primeras semanas líquidos y purés, sin excesos y sin pasar hambre. Su alimentación empieza con una pastilla para el hierro, la primera de la docena que se toma al día. Acude a revisiones cada tres meses y en cuanto baje el peso requerido tendrá que someterse a una operación de cadera. Tiene esperanzas pero no puede contener el llanto cuando recuerda que en estos años no ha podido disfrutar de las cosas buenas que le han pasado a sus hijos. «Ellos me decían: parece que no te alegras y no era eso, es que no podía ni moverme de los dolores».

La vida de Carmen y Pedro se ciñe a su sobrepeso, está condicionada por los kilos de más que, pronto y si todo va bien, empezarán a ser de menos como sus dolores y sus miedos.

Reportaje gráfico: Pablo Lorente www.pablolorente.com

Publicado en La Tribuna e 5 de mayo de 2018